Tuesday, December 5, 2017

Cura de Cacerolas / The Healing Power of Pots and Pans - Melissa Cardoza

The Healing Power of Pots and Pans
By Melissa Cardoza
Translated by Matt Ginsberg-Jaeckle


[Español abajo]

They left us badly wounded that first night of the curfew.
Mourning once again for people we don’t know, people who are part of our dreams. We go to bed fearful, sleepless, enraged.
These are times where the day doesn’t last, the sun doesn’t warm, and the food tastes like powdered dish detergent.
People run around hurriedly, to get a pound of cheese or to catch a bus, from the terror provoked by this situation, so typical of fascism. The power of their gunpowder is hard to avoid, their sinister words echo from all of the newspapers and form a crust on the afternoon skin. It starts to get grey and cold. A light rain falls along with people’s spirits all over Tegucigalpa.
Prisoner to the dictatorship, you go around and around in the same old circles, with that sensation of death in the air. Your jaw tightens, a tear wells up, and that bitter flavor in your mouth won’t go away.
The moon’s night arrives and with her, that sensation of imprisonment and deceit with which they try to contain us eases just a bit.
That’s how the first night of the curfew goes, so evocative of the 2009 coup d’état. Impunity reigning down on the bodies of a people already so afflicted by coups and attacks, old or new.
Then, from the humblest corners of ordinary kitchens, amongst dishes washed and organized, left in their place by a woman, a lid, a pot for beans, a frying pan for pancakes, a humble comal for tortillas, they emerge. They rescue us from the shipwreck thrust upon us by a dictatorship that tightens its grip with that old emotion of defeat, trying to devastate us.
Ordinary dishes come out clanging, blowing on the embers that we have in these territories called Honduras, where the hot coals of hope don't go out, not even from the stomping of the military boot.
The cacerolazo, the banging of pots and pans, is timid at first, then celebratory and joyful as it extends beyond the time it was called for. A beautiful noise breaks through the rule of the tyrant, it fills the same city where just a night before blood was bursting, from bullets of a government gun, out of the body of a young woman from a poor barrio. Kimberly is her name, like that of many Hondurans nowadays. One of many deaths from this dictatorship, added on to those that have been accumulating from the ferocious neoliberalism of these years.
It was a needed and healing cacerolazo to tell each other that we are sharing in these hours of enclosure, but not in silence, that we are re-thinking ourselves, curing ourselves of the neoliberal curse, re-organizing ourselves to deepen the struggle.
To make politics public through the roaring voice of pots and pans as an answer to patriarchal brutality is a fabulous strategy that re-energizes. It carries much of the intimate domestic wisdom that we value, knowledge of the communal way, which it creates and feeds.

Melissa Cardoza, December 2017


CURA DE CACEROLAS

Nos dejaron malheridas con la primera noche del toque de queda.
De nuevo de luto por gente asesinada que no conocemos y es parte de nuestras ilusiones, nos acostamos atemorizadas, insomnes, enojadas.
Así no dura el día, no calienta el sol y la comida sabe a paste para lavar ollas.  Corriendo la gente hasta para comprar una libra de queso o tomar un bus por el puro terror que provoca esta situación tan típica de los fascismos.  El poder de su pólvora es difícil de evitar, sus malditas palabras repetidas en todos los periódicos  se van incrustando en la piel de la tarde.  Se fue poniendo gris y una llovizna fría caía sobre tegus acompañando el animo.
Presa de la dictadura, una da vueltas en círculo en los espacios de siempre,  con la  sensación a muerte en el viento se aprieta la mandíbula, la lágrima asoma y ese sabor amargo en la boca no se quita.
La noche de luna llega y con ella la sensación de cárcel y trampa con la que nos intentan contener, aminora un poco.  
Así fue la primera noche de toque de queda, tan memoria del golpe del 2009. Esta impunidad sobre los cuerpos de un pueblo tan de por sí agobiado por  viejos o nuevos  golpes. 
Pero he ahí que del mas humilde rincón de una cocina cualquiera, entre los trastos lavados y ordenados que una mujer dejara en su lugar, una tapadera, una olla de frijoles, un sartén para panqueques, un humilde comal tortillero vinieron a salvarnos del naufragio al que nos avienta con intención una dictadura que aprieta la emoción antigua de la derrota hasta intentar devastarnos.
Trastes diarios vinieron con sus ruidos a soplar este rescoldo que tenemos en estos territorios llamados Honduras, donde la brasita de la esperanza no se apaga, aunque la machaque la bota militar.
El cacerolazo, tímido al comienzo, fiestero y alegrísimo a medida que pasaba el tiempo convocado. Hermoso ruido que rompe el mandato del tirano, que llena la ciudad donde sólo la noche anterior estallaba en sangre, con las balas de un fusil oficial,  sobre el cuerpo de una joven de barrio popular llamada  Kimberly, como se llaman ahora muchas hondureñas. Una entre los muchos muertos de esta dictadura que suma a los que ha venido acumulando con el neoliberalismo feroz de estos años.
Un cacerolazo necesario y sanador para  decirnos que estamos compartiendo estas horas de encierro, pero no en silencio, repensándonos, curándonos del mal neoliberal, reorganizándonos para arreciar la lucha.   
Hacer pública la política poniendo la ruidosa voz de los trastos como respuesta a la brutalidad patriarcal es una fabulosa estrategia que reanima porque tiene mucho de la intima sabiduría doméstica que valoramos y que sabe del orden comunitario,  pues es su voluntad  y lo alimenta.



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Melissa Cardoza, diciembre de 2017


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